martes, 10 de noviembre de 2009

Palabras del Ministro Juan N. Silva Meza...

Hola:

Con el fin de invitar a reflexionar a los participantes del Quinto Curso Práctico de Amparo y de los Recursos Ordinarios en los Juicios Naturales, sobre la importancia que tienen los profesionales del derecho para con la sociedad, se les proporciona el mensaje que el Ministro Juan N. Silva Meza dio el 27 de octubre de 2009, en el acto de toma de protesta de los nuevos jueces y magistrados del Poder Judicial de la Federación ante el Pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

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"Palabras pronunciadas por el señor Ministro Juan N. Silva Meza, con motivo de la toma de protesta de nuevos jueces y magistrados del Poder Judicial de la Federación ante el Pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el 27 de octubre de 2009

Pocas ocasiones, en el trabajo cotidiano de este Pleno, compiten en emotividad con aquellas en las que este colegio se reúne para dar la bienvenida a nuevas magistradas, magistrados y jueces federales.

La bienvenida a nuevos integrantes de la judicatura federal, genera esperanzas diversas.

La esperanza de contar con nuevos impartidores de justicia para el bien del país.


La esperanza que siempre acompaña a la renovación.

La esperanza de mejorar el trabajo para que, desde perspectivas frescas y vigorosas, el país cuente con jueces cada vez más comprometidos con la Constitución, con nuestras libertades, con nuestra democracia.

El trabajo que espera a todas y todos ustedes, es sin duda un honor y un privilegio que ya los obliga, pero también representa uno de los mayores retos laborales a los que un profesional puede enfrentarse. No es exagerado decir que los sacrificios para los jueces son muchos y, en ocasiones, las satisfacciones pocas.

En todo caso, no me queda duda de que el día de hoy inician un camino, en muchos sentidos, envidiable, privilegiado y cargado de responsabilidad. Los momentos por los que atraviesa el país, hacen inevitable que los mexicanos busquen certeza y seguridad en sus instituciones públicas.

El trabajo que ustedes comienzan es envidiable porque, hoy con más intensidad, no hay institución que pueda encarnar de manera más clara la seguridad, la estabilidad y el refugio exigidos por la sociedad, que el Poder Judicial de la Federación.

Los jueces y magistrados —la historia así lo registra— son la materia viva que permite que el Poder Judicial ofrezca el resguardo que los individuos buscan, en un momento en el que nada es claro, en el que existen muchos motivos para la preocupación.

Vivimos, señoras y señores, en una época mexicana en la cual las personas, los ciudadanos, quieren ser protegidos ante las amenazas que, en muchos ámbitos, la vida social genera. Por ello, la sociedad está ávida de que alguno de los órganos instituidos en su beneficio, la proteja, vea por ella. Los jueces, estamos en una posición casi natural para responder a esa aspiración.

No tenemos derecho a defraudar la necesidad que la gente tiene por confiar en alguien que la asista, la proteja. Debemos prepararnos para hacerlo realidad en el trabajo cotidiano, teniendo al individuo y a sus derechos en el centro de nuestro desempeño.

Ustedes son jueces, magistradas y magistrados de una nueva generación que será más exigida, que, también será más vigilada y, por lo mismo, deberá actuar en formas diferentes a las tradicionales de la judicatura nacional. Las esperanzas puestas en ustedes, bien vale la pena decirlo, no son las mismas que en otras épocas de la historia del país.

La nueva generación de magistradas, magistrados y jueces federales, está obligada a ver más allá de los dogmas formalistas y positivistas con los cuales generaciones y generaciones de profesionales del derecho, hemos sido educados.

En la época en la que en el mundo entero, la visión positivista del derecho acepta que es necesario encontrar nuevos paradigmas teóricos, seguir creyendo que todas las soluciones a los conflictos sociales están ya establecidas, que existen reglas clarísimas postuladas en las leyes, es ingenuo.

Los juzgadores de la nueva generación, deberán entender que una visión actual, como la que debe caracterizarles, es la que ve que el derecho, la Constitución, las leyes, están vivas y deben adecuarse constantemente a la sociedad en la que existen. En esta visión, la labor activa de los jueces, vistos como los intérpretes legítimos del mismo, adquiere una nueva dimensión.

Por supuesto que siempre hay que leer y recordar a Kelsen, pero es necesario hacerlo como debe hacerse siempre con los mayores a los que nos debemos: con un ojo crítico, incisivo. Pues no hay una crítica más justificada al funcionamiento de la sociedad, que la hecha por un juez en el ejercicio responsable, profesional y reflexivo de su trabajo.

En ese sentido, nuestras sentencias también importan otra responsabilidad: son verdaderos catalizadores del cambio social. Asumámoslo con humildad, sin arrogancia, pero sobre todo, sin protagonismo.

No olvidemos que a la sociedad le genera confianza preferentemente el juez discreto. La sociedad confía en el juzgador conciente del enorme poder que, como tal le corresponde, cuando juzga y hace ejecutar sus resoluciones. Aquél que no trata de aumentar ese poder con un protagonismo político que nadie demanda de él y que pone en peligro su imparcialidad.

Los jueces estamos dentro de la sociedad y, por lo mismo, sentimos sus avances y resentimos sus rezagos.

Así, en nuestros días, es obligación del juez constitucional estar al tanto, sí, pero rescatar, en su trabajo, la humanidad y la civilidad del estado democrático, plasmado en los documentos constitucionales.

Señoras, señores: estarán obligadas y obligados a actuar siempre de cara a la ciudadanía. La transparencia de sus actos habrá de ser la regla, no una componenda de ocasión. Deberán conducirse con absoluta pulcritud en sus responsabilidades administrativas, con irreprochabilidad en su conducta pública y en su vida privada.

No se confundan: el encargo que tienen por disposición constitucional no los convierte en los dueños de una empresa o un negocio: deben respetar a sus colaboradores. Los jueces de la democracia no son patrones, son parte de un equipo que por mucho rebasa los esfuerzos, alcances y limitaciones de una sola persona. No tenemos derecho a ser abusivos o arrogantes, ni dentro ni fuera del juzgado o tribunal.

Los jueces de la democracia deben procurar no amigarse con aquellos que luego pueden litigar ante ellos. Esta es una de esas restricciones que algunos consideran gravosas, que bien vale la pena ir aceptando sin chistar. Deben tener claro que las excusas y los impedimentos no son excusables.

No deben confundir el interés del gobierno con el de los individuos y no deben restringir derechos fundamentales creyendo en la importancia de las urgencias administrativas, enarboladas como políticas públicas. Al protestar han aceptado estas cargas, por lo que deberán conducirse en consecuencia.

Lo que sí deben propiciar es el efectivo acceso a la justicia.

Lo que sí deben procurar es el respeto al debido proceso.

Lo que sí deben generar es confianza social, generar, en fin, credibilidad en los jueces.

Habrán ustedes de tener claro que son una clase, un tipo de servidores públicos, que precisamente sirven a una sociedad que, a través de los mecanismos constitucionales y democráticos con los que cuenta, les ha encargado la delicada labor de defender la Constitución e impartir justicia.

No estarán a cargo de una oficina destinada a complacer a abogados litigantes, a gobiernos, a empresas o a otros jueces del nivel que sea. Su lugar es el que les corresponde a los jueces constitucionales en cualquier sociedad democrática y así proteger al individuo de los abusos de las autoridades, respetar y hacer respetar los derechos fundamentales.

Sabemos que, en tiempos de crisis, los abusos en contra de los individuos se agudizan. Ante la necesidad de contar con recursos públicos, de enfrentar el reto de la inseguridad, de la delincuencia, de la falta de acuerdos políticos, los gobiernos y órganos del Estado a veces intentan utilizar atajos constitucionales, explorar caminos que, con frecuencia, terminan en la afectación de derechos fundamentales.

Esta consecuencia puede ser explicable y comprensible, para algunos pero nunca debe serlo para la judicatura. Los convoco a asumir de inmediato este credo: a través de los jueces, la conciencia de la Constitución se expresa.

Estamos destinados, esa es nuestra función, a evaluar las leyes y los actos de autoridad, para evitar que se cometan abusos en nombre de lo urgente, de las razones de estado, de la utilidad pública, del interés general.

Somos la última defensa de la autonomía, de la dignidad, de la inviolabilidad que la Constitución consagra a favor de todos los individuos.

Las esperanzas que se generan en ustedes, también traen aparejadas una responsabilidad grave y muy seria. No es válido generar expectativas de renovación, de mejoramiento, para después caer en la auto-complacencia, en el auto-engaño.

La obligación que asumen hoy, ya investidos, también pesa más por ese reto: no pueden dejar de cuestionarse, de mirar críticamente su trabajo, de creer que siempre pueden dar más y mejor en el ejercicio del alto encargo que la Constitución les concede. Recordemos que la autocomplacencia aniquila la excelencia, pero la autocrítica la abona.

Ahora bien, la labor del juez no siempre es grata. Sobre nosotros caen deberes y sobretodo pesos y restricciones que no gravan (no tienen por qué hacerlo) la vida de otros ciudadanos. Ahora los estamos profusamente recordando. Sin embargo, la explicación hay que buscarla en la elección que hicimos.

Esta es la vida y el camino que decidimos seguir, por lo que los deberes y las restricciones que la ruta impone, deben ser aceptadas con madurez y tranquilidad. No quisimos hacer de nuestra vida una dedicada a los negocios, a la investigación científica o a la contemplación; todos estos respetables desempeños, que no son los nuestros.

Esta es la profesión que escogimos y, por lo mismo, es indispensable vivir en forma congruente, aceptando los límites que nos hacen diferentes a los demás en razón del imperio con que se invisten nuestras decisiones y de la delicada función que tenemos que llevar a cabo. No debemos olvidar que nuestra intervención, siempre cambia la historia personal de otras gentes. Esta es nuestra mayor responsabilidad. Por eso debemos aceptar las restricciones de nuestro oficio con templanza, sobriedad, honestidad, integridad, claridad de mente.

Ahora, todos los jueces tenemos una vida privada. Siempre he creído que la riqueza y fortaleza de esa vida íntima, es lo que nutre el trabajo público. Es lo que nos prepara para enfrentar el mundo que está más allá de lo que consideramos privado.

Nunca he creído que el sacrificio de la vida personal, del crecimiento individual, beneficie el desempeño de un cargo público. Esto me parece particularmente cierto en el caso de la función judicial.

Yo, los exhorto a hacer un esfuerzo para que, cumpliendo con las exigencias propias de este encargo, encuentren ese espacio indispensable dedicado a fortalecer su vida personal, sus lazos familiares; a encontrar el tiempo y el ánimo para cultivar y madurar amistades debidas; para crecer en mente y espíritu.

Señoras Magistradas y Magistrados de Circuito y Jueces de Distrito, quisiera seguir platicando con ustedes, pero permítanme finalizar insistiendo en que la sociedad mexicana está urgida en creer en sus jueces; necesita, ahora más que nunca, confiar en nosotros.

No tenemos derecho, lo repito, a defraudarlos. No podemos olvidar el contenido de la protesta que el día de hoy Ustedes han rendido; protesta que también a todos nosotros obliga.

Por nuestra sociedad, por el Poder Judicial de la Federación, les deseo mucho éxito en su desempeño. Creemos en ustedes.

Gracias."

1 comentario:

Anónimo dijo...

Il semble que vous soyez un expert dans ce domaine, vos remarques sont tres interessantes, merci.

- Daniel